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Arquitectura tradicional en La Palma

Arquitectura tradicional en La Palma

La historia de La Palma se refleja en sus edificios, tanto civiles como religiosos. En sus muros podemos leer la fortuna de los emigrantes, la fe de los piadosos, el esfuerzo de los humildes o la opulencia de los poderosos. Para aprender a traducirlos, acompáñanos en este recorrido por las construcciones más significativas de la isla.

Arquitectura religiosa en La Palma

Simultáneamente a la conquista de la isla, a finales del siglo XV, se produce la entrada en La Palma de la religión católica. Con ella llegan también algunos de los edificios más valiosos de nuestro patrimonio arquitectónico.

El desembarco se produce el 29 de septiembre de 1492 (día de San Miguel), por lo que la primera ermita del territorio recién conquistado se dedica también a este santo. El propio Alonso Fernández de Lugo establece el lugar exacto para edificarla, que coincide con el de la primera misa de campaña en la isla. La Iglesia de San Miguel, ampliada con poco acierto durante el siglo XX, sigue hoy ocupando la plaza central del casco urbano de Tazacorte.

Durante los cien años siguientes se erigieron una buena parte de los templos más interesantes de nuestro patrimonio religioso. Casi todas responden a una tipología mudéjar, con gruesos muros enjalbegados y piedras volcánicas vistas en las esquinas. Una de las más antiguas es sin duda la consagrada a Santa Lucía, en el municipio de Puntallana. La imagen titular, patrona de los invidentes, es de estilo flamenco y ha sido fechada a principios del siglo XVI. A sus pies acudieron los peregrinos durante cientos de años, en una multitudinaria romería que se conservó hasta principios de la pasada centuria.

También del siglo XVI, y también consagradas a la peregrinación, encontramos en el norte las iglesias de San Antonio del Monte (Garafía) y San Mauro* (Puntagorda) . La primera de ellas sigue congregando multitudes durante el mes de junio. El santo titular es patrón de la ganadería, por lo que a su alrededor se organiza una feria muy popular que incluye la tradicional bendición de los animales. De su carácter peregrino da fe la minúscula Casa de Romeros, que se encuentra en las proximidades. No muy lejos de allí, en el casco histórico de Santo Domingo, se ubica otro notable ejemplo de arquitectura religiosa. El Templo parroquial de Nuestra Señora de la Luz*, con su estructura dispuesta en torno a dos naves asimétricas, no admite comparaciones en La Palma. En cuanto a San Mauro, está dedicada a un abad benedictino portugués cuyo nombre original es San Amaro. Abandonada durante mucho tiempo hasta una ruina casi total, la restauración llevada a cabo en 2002 ha devuelto el esplendor a su magnífico artesonado mudéjar.

En el vecino municipio de Tijarafe, la silueta de Nuestra Señora de Candelaria* (del siglo XVII) resulta inmediatamente reconocible. Este elemento arquitectónico se ha convertido en una de las imágenes más emblemáticas del municipio, hasta el punto de figurar en su logotipo. En su interior se conserva uno de los retablos barrocos más espectaculares de Canarias, firmado por Antonio de Orbarán. La Virgen de Candelaria destaca también por ser la vencedora de El Diablo, en el popular baile pirotécnico que se celebra cada 8 de septiembre.

En nuestro recorrido hacia el Valle de Aridane, a menos de un kilómetro de la playa donde desembarcaron las tropas castellanas, encontramos la ermita de Nuestra Señora de las Angustias. El edificio es del siglo XVI y su historia está vinculada a la de los Santos Mártires de Tazacorte. En 1570 un grupo de jesuitas portugueses, de escala en el curso de una misión evangelizadora en Brasil, fue torturado y aniquilado por una tropa de piratas hugonotes. En una de las hornacinas del templo reposan las reliquias dejadas a su paso por la isla, además de un óleo conmemorativo de su martirio. Ya en el barrio de Argual (que pertenece al municipio de Los Llanos de Aridane) visitamos la ermita mudéjar de San Pedro, también del siglo XVI y reconocible por la planta poligonal de su capilla mayor. Es vecina de un conjunto de casas señoriales al que volveremos con más detalle en el capítulo siguiente.

Antes de acabar nuestro recorrido en la capital insular, nos detenemos un instante en El Paso, cuya ermita de Nuestra Señora de Bonanza* refleja en sus esgrafiados exteriores el gusto predominante en el siglo XVIII. Del mismo estilo es la vecina Casona del Alférez Salvador Fernández, que en el pasado hizo las veces de Ayuntamiento. Sin abandonar el municipio, merece echar un vistazo también a la ermita de San Nicolás de Bari (construida en el siglo XVII por Nicolás Massieu y Van Dalle en el barrio de Las Manchas). Las lavas del volcán de San Juan se bifurcaron en 1949 antes de llegar a este pequeño templo, en lo que se consideró una intercesión milagrosa de la Virgen de Fátima.

Y por fin llegamos a Santa Cruz de La Palma , cuyo conjunto histórico incluye algunas de las iglesias más valiosas de la isla. Frente al Ayuntamiento, en la Plaza de España, encontramos la sobria fachada renacentista de El Salvador, que algunos consideran la mejor del Archipiélago en su estilo. Su torre de mampostería negra es inmediatamente posterior al saqueo del pirata francés Pata de Palo, que arrasó la ciudad en 1553. Los más atentos podrán incluso reconocer algunos símbolos masónicos en su retablo mayor, que han dado lugar a no pocas hipótesis sobre la influencia de las logias en la ciudad.

A través de las calles Van de Valle y San Sebastián accedemos a la Plaza de Santo Domingo, que preside la iglesia del mismo nombre. Se trata de un antiguo convento del siglo XVI, en el que destacan el artesonado mudéjar y el espléndido retablo mayor de estilo barroco. Ya en la zona cercana a la Alameda , el último de los grandes edificios religiosos de la ciudad es el Convento de San Francisco, que hoy sirve de sede para el Museo Insular. La estructura comenzó a edificarse a principios del siglo XVI, aunque sus claustros son algo más tardíos. El edificio forma parte de un único conjunto histórico, junto a las vecinas iglesias de San Francisco y la Inmaculada Concepción.
Saliendo del núcleo urbano, dejamos a un lado la coqueta ermita del Planto (mudéjar, siglo XVII), en el camino hacia nuestro destino final. El Real Santuario Insular de Nuestra Señora de las Nieves sirve de hogar para la patrona de la isla. Está fechado en el siglo XVI y se considera el mejor conjunto renacentista de la isla junto a la mencionada iglesia de El Salvador. La imagen titular es de terracota y ha sido fechada en el siglo XIV. 

Casas señoriales en La Palma

Con este nombre designamos a las viviendas ocupadas por los propietarios de las grandes haciendas de la isla, así como por los aristócratas y los miembros de la burguesía comercial urbana.

Acaso el grupo más destacado es el que se conserva en el denominado Llano de Argual (municipio de Los Llanos de Aridane). En torno a una gran explanada, cuyo centro ocupó en el pasado un lago artificial, sobreviven cuatro espectaculares viviendas, que corresponden respectivamente a los apellidos Vélez de Ontanilla, Poggio Maldonado, Sotomayor y Massieu van Dalle. Están fechadas entre los siglos XVII y XVIII y deben su magnificencia a los heredamientos de las aguas de La Caldera , que recibió Juan Fernández de Lugo de manos de su tío el Adelantado. Además de por el tamaño y la elegancia de la fábrica, la fortuna de sus propietarios puede deducirse observando el gran número de construcciones anexas, destinadas al personal de servicio. Debe recordarse que en Argual se establecieron los primeros ingenios azucareros de la isla, que atrajeron a los colonos más pudientes tras la conquista.

El otro núcleo de poder de la época, también relacionado con esta actividad económica, podemos situarlo en San Andrés y Sauces, cuyo primer propietario fue precisamente el Adelantado Alonso Fernández de Lugo. En el núcleo de Los Sauces encontramos la Casa del Quinto, enclavada en la llamada Hacienda de los Príncipes y en la actualidad propiedad del Ayuntamiento. Debe su nombre a la obligación legal de los colonos de entregar la quinta parte de sus cosechas a los propietarios de los terrenos donde cultivaban, que se mantuvo hasta el siglo XX (hay otra emblemática Casa de los Quintos en la isla, aunque en el municipio de Garafía). Mientras, en el barrio pesquero de San Andrés, donde también se instalaron ingenios azucareros, encontramos otro interesante racimo de casas señoriales vinculadas a las familias Abreu, Santa Cruz y Guisla. También en el noreste, pero en el municipio de Puntallana, la Casa Luján domina el casco urbano de San Juan. Es relativamente reciente, ya que data del siglo XIX, aunque mantiene las características propias del estilo tradicional canario. Su interior gira sobre un patio abierto y ha sido amueblada con enseres de la época para su utilización como Centro de Recursos Agroturísticos.

Al otro lado de la isla encontramos el tercer y último gran grupo de casas señoriales. En el barrio de El Charco (municipio de Tazacorte), se conserva otra casona perteneciente a la familia Massieu van Dalle, una de la familia Monteverde (que algunos autores consideran de las más antiguas de La Palma ) y otra de la familia Díaz Pimienta. Las tres se hallan en la vecindad del muy reciente Museo del Plátano.

En la capital insular encontramos también viviendas espectaculares, aunque la fortuna de sus propietarios se debe en estos casos a la actividad comercial y no al sector primario. Asomada a la parte más elevada de la Avenida de El Puente sobresale la denominada Quinta Verde, edificada a finales del siglo XVII y que consta de una sola planta dispuesta alrededor de un patio central. La Hacienda de Bajamar, frente a la playa del mismo nombre, es más conocida por haber sido la sede del Hotel Florida. El establecimiento fue inaugurado en 1934 y vivió una dulce pero brevísima belle epoque antes del estallido de la Guerra Civil Española. Tan estimulante como el edificio, en el que llama la atención una cúpula acristalada, eran los jardines que lo rodeaban y que en su día fueron sembrados de impactantes especies exóticas.

El Hotel Florida está en la actualidad en estado de abandono, al igual que las dos grandiosas viviendas con las que cerramos este apartado. Ambas están situadas en el municipio de Breña Baja, aunque en distintos núcleos de población. Próxima a la Montaña de la Breña , aunque parcialmente oculta por la vegetación, se adivina la silueta de la Casa Massieu Van Dalle y Vélez de Ontanilla. Es del siglo XVII y subraya su carácter histórico con un rasgo inconfundible: el retrete voladizo que sobresale en la parte posterior. Cerca del núcleo urbano de San José hallamos finalmente la Casa Fierro-Torres y Santa Cruz, con planta rectangular, entramados de madera en los paramentos y galería superior con antepecho de mampostería.

Casas populares en La Palma

Un paseo histórico por las viviendas de la isla, desde las cuevas de habitación anteriores a la conquista a las viviendas tradicionales del campesinado, hoy rehabilitadas para el turismo rural.

Los aborígenes auaritas , que fueron los primeros en establecerse de forma permanente, apenas han dejado restos de su arquitectura doméstica. La mayoría de ellos elegía cuevas naturales, como las que podemos encontrar en el yacimiento arqueológico de Belmaco . Como construcciones artificiales sólo nos han legado por tanto los cimientos de algunas cabañas bastante rudimentarias, como las que podemos encontrar en El Paso. Se trata de construcciones con muros de piedra seca de unos tres metros de altura, cuya única decoración es una pequeña hornacina opuesta a la entrada.       

Con posterioridad a la conquista, sin embargo, la mayoría de casas populares de la isla siguieron usando la piedra volcánica como el elemento constructivo básico. Sólo en algunas partes, y si las posibilidades económicas del propietario lo permitían, se utilizaban también otras materias primas más sofisticadas, como la tea u otras maderas nobles. Los únicos sillares labrados eran a menudo las esquinas o crucetas, mientras que el resto de bloques quedaban expuestos a la pericia del paredero, que trataba de engarzar unas con otras sin apenas desbastarlas.

Si sus habitantes no eran demasiado humildes, a las paredes exteriores se le solía aplicar una capa de engarrafado (el característico revestimiento blanco conseguido con barro, arena y cal). Finalmente, el recubrimiento más habitual de la estructura era un tejado a cuatro aguas, vestido con tejas curvas de barro y que descansaba sobre un artesonado interior de madera. A grandes rasgos, podemos decir que estos son los elementos básicos de la vivienda popular en La Palma , cuyo modelo ha subsistido sin apenas cambios hasta bien entrado el siglo XX.

Sobre este canon se aplican modificaciones puntuales, que en algunos casos guardan relación con el entorno. Así, en algunas casas del noroeste se abandonan las tejas en beneficio de tiseras horizontales de madera de tea, más ligeras y fáciles de conseguir en zonas forestales. Mientras, en otras viviendas se opta por la colocación de alpendres o colgadizos soportados por columnas de madera, que ayudan a proteger la fachada (pensemos por ejemplo en La Carnicería , un punto de venta de artesanía ubicado en una vivienda tradicional de Breña Baja).

Un caso particular son las casas sobradadas o de dos plantas, menos corrientes que las terreras o de planta única. El piso inferior o lonja se utilizaba en estas viviendas como almacén, mientras que en el superior se ubicaban los dormitorios. Se trata de la misma separación funcional de los espacios que se intentaba lograr en las casas terreras con planta en forma de L. A menudo la decisión de utilizar una u otra dependía tanto de las características del terreno como de la capacidad económica de sus propietarios. Fuera del módulo principal se ubicaban a veces la cocina y más frecuentemente el baño, en el caso de que pudiera disponerse de uno. El aljibe , o depósito de agua, es otro de los añadidos externos a la vivienda en el medio rural, cuya labor se complementaba a menudo con acanaladuras de tea. 

Casas de indianos en La Palma

También dentro de la arquitectura doméstica encontramos este tipo de viviendas, flamboyantes y seguras de sí mismas. En ellas vivieron los que retornaron con éxito de América.

La gran mayoría data de la segunda mitad del XIX o de principios del XX, que como es sabido corresponde con la época álgida de la emigración a Cuba. Las casas de indianos son el resultado de las remesas enviadas por los que hicieron fortuna en la isla antillana, que en muchos casos regresaron a su tierra con los bolsillos llenos.

A menudo se trata de edificios de fuerte personalidad y un cierto barroquismo ornamental. Jugando al psicoanálisis podríamos decir que responden a la necesidad de demostrar a sus paisanos que el esfuerzo de emigrar ha tenido una recompensa contante y sonante. En este sentido se trata de viviendas que rompen con las hechuras tradicionales, empezando por la utilización de materiales hasta entonces desconocidos (hormigón, azulejos, grandes paneles acristalados, etc.). En su ánimo rompedor acaban también con los techos a cuatro aguas, que sustituyen por una loza plana a menudo rodeada de una hilera de balaustres.

El deseo de llamar la atención se subraya en ocasiones con la utilización de colores vivos, que contrastan con el engarrafado blanco tradicional. Piénsese por ejemplo en la estridente Casa Amarilla de Breña Baja, con sus cristaleras a dos tonos y sus llamativos antepechos esgrafiados. O en la Casa Roja de Mazo, que en la actualidad acoge el Museo del Corpus y del Bordado (según cuenta la tradición, el color original se obtuvo al parecer diluyendo la pintura original en leche). En algunos casos el aire recuerda también a las casas residenciales de los suburbios norteamericanos, separadas de la calle por un exuberante jardín. Es el caso, por ejemplo de la práctica totalidad de las viviendas de la Avenida Tanausú , en el municipio de Los Llanos de Aridane.

La mencionada tendencia a la ostentación parece encajar también en la inclinación que tienen a situarse en la orilla de caminos y carreteras muy transitados. La conocida Casa del Águila de El Paso, cuyos ornamentos animales ya llaman suficientemente la atención, se asoma sobre el tráfico de la LP-2 , que discurre entre Los Llanos de Aridane y Santa Cruz de la Palma. La calle Anselmo Pérez de Brito, en el casco urbano de Santo Domingo (Garafía) es otra inconfundible prueba de esta tendencia.

Obras de ingeniería en La Palma

Las necesidades de disponer de agua, de vadear barrancos o de observar el universo han creado estructuras sugerentes y en muchos casos espectaculares.

Las valiosas aguas de La Caldera cambiaron de manos varias veces en los años posteriores a la conquista de la isla . De Juan Fernández de Lugo pasaron a la compañía alemana Welzer, que a su vez las enajenó en beneficio de Jácome van Groenenberg (un colono flamenco que luego castellanizaría su apellido como Monteverde). El acueducto de Argual, que hoy podemos ver junto a la carretera entre Los Llanos de Aridane y Tazacorte, es el principal testimonio de una monumental obra hidráulica que quitó el sueño a los mejores ingenieros del siglo XVI. Su objetivo era trasladar los caudales del actual Parque Nacional a las plantaciones de caña de azúcar, ubicadas en torno a uno de los primeros asentamientos coloniales de la isla. Resulta tentador pensar que la acequia también estaba destinada a las abundantes fincas de plátanos que hoy vemos a su alrededor. Pero la historia nos demuestra que se trata de explotaciones muy posteriores, que comenzaron a sembrarse cuatro siglos después de la construcción del acueducto.

El agua era también el motor de los molinos harineros del norte de La Palma , que en otras zonas más secas funcionaban con la fuerza del viento. De entre los hidráulicos uno de los mejor conservados es El Regente, en el municipio de San Andrés y Sauces. Lo que hoy es un punto de venta de artesanía fue en el pasado una de las infraestructuras más importantes de la comarca, que abastecía de cereales a los caseríos de varios kilómetros a la redonda. Debemos esta emblemática obra al impulso de Luis Vandewalle y Quintana, que lo mandó edificar en 1873. En el Parque Natural de las Nieves subsisten también algunos de los Molinos de Bellido, que llegaron a ser trece durante el siglo XIX. Sus propietarios aprovechaban las acequias del Barranco del Río, que abastecían de agua a Santa Cruz de La Palma , para hacer mover sus engranajes, encajados en llamativas torres blancas. El Remanente, edificado en el siglo XVIII y rehabilitado para el turismo rural en 1999, es otro conocido molino hidráulico de la zona.

En cuanto a los molinos de viento, debemos empezar por hablar de Isidoro Ortega. Este ingeniero autodidacta, natural de Santa Cruz de La Palma , diseñó una buena parte de los que podemos ver en la isla (aunque de hecho sus bocetos han llegado hasta Fuerteventura). Uno de los más conocidos es el situado en el Hoyo de Mazo y sirve de taller para una conocida familia de artesanos, especializados en la reproducción de cerámicas aborígenes. En el municipio de Garafía hay otros cuatro molinos nacidos de su ingenio, que se ubican respectivamente en los barrios de Las Tricias, Llano Negro, Santo Domingo y El Calvario. Y en Puntagorda encontramos también el Molino de El Roque, cuyo alzado se debe en este caso a los hermanos Acosta.

Bastante más cercanos a nuestro tiempo resultan las dos infraestructuras con las que acabamos nuestro recorrido arquitectónico por la isla. En 1985 se inauguraron los primeros telescopios del Observatorio Astrofísico del Roque de los Muchachos, que ocupan el punto más alto de la isla. Al acto acudieron los representantes de siete gobiernos europeos, lo que da una idea de la importancia del acontecimiento para la comunidad científica internacional. Entre las más de una docena de instalaciones del complejo encontramos varios récords del mundo: el mayor telescopio óptico terrestre (el GTC, con 10,4 metros de diámetro), el telescopio solar más avanzado (SST, de titularidad sueca) o el mayor colector de radiación gamma de su tipo (el MAGIC, participado por Alemania, Italia y España).

Finalmente, en diciembre de 2002 se abrió al tráfico el gigantesco Puente de Los Tilos, que desemboca en el casco urbano de San Andrés y Sauces. Es el mayor de Europa sin apoyos intermedios y salva un desnivel de 250 metros sobre el Barranco del Agua. Por una de las obras públicas más emblemáticas de Canarias circulan diariamente unos 3.000 vehículos, que se ahorran así unos dos kilómetros de camino en su recorrido hacia o desde la capital de la isla. 

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